¿PARA QUÉ LAS EXPERTICIAS EN UN CASO COMO EL DEL CAUCA?
Si algo me queda claro con lo acontecido en el Cauca es que es la
ubicación geográfico-temporal arbitraria es una de las formas más
sofisticadas de dominación que existen: consiste en relegar a ciertos actores
sociales, como los indígenas, a un tiempo primitivo y un espacio exótico,
recondito, casi mágico, denominado genéricamente la
"selva". Para las élites de nuestro país, pero también para
muchos ciudadanos de a pie, los indígenas lucen muy bien en un Museo
Antropológico o en una excursión eco-turística, pero no recuperando haciendas,
tomándose la panamericana o sacando a los actores armados de su territorio; el
racismo no se manifiesta únicamente a través de comentarios criminales como los
que aparecieron en los foros de opinión de los periódicos, en los cuales se
pedía bombardear los resguardos en el Norte del Cauca, sino en aquella actitud
que exotiza al "otro", convirtiendolo en un objeto
"sagrado" que no pertenece ni a nuestro tiempo ni a nuestro espacio,
sino que es presentado como poseedor de una conexión primordial con la
madre-tierra o el cosmos, desconociendo que más que eso son actores sociales
con luchas políticas concretas.
Por supuesto, los nuevos hippies no son los únicos ni los más peligrosos
racistas; para la mayoría de ciudadadanos los indígenas tampoco pertenecen a
nuestro tiempo o espacio, pues consideran que están muy bien en sus resguardos,
en su "lugar", donde "les corresponde", pero si llegan a actuar,
a irrumpir en sus tranquilos mundos (así sea a través de la televisión),
entonces llega a la memoria, como en una reminiscencia colectiva, el viejo
dualismo "salvaje-civilizado" y salen los indignados a decir
"los indígenas no van a hacer lo que se les de la gana" o "a esos
hijueputas salvajes hay que controlarlos". Más allá de todos los insultos,
el término "salvaje" es especialmente perverso, pues legitima esa
separación espacio temporal de la que hablaba; la "selva" deja de ser
ese lugar mágico y primordial y se transforma en el origen de seres peligrosos
que nos amenazan. Si alguien es "salvaje" su forma de actuar, sus
prácticas y sobre todo sus aspiraciones éticas aparecen como inexistentes (son
producto de intereses como el narcotráfico) o degeneradas (quieren ser una
república independiente), y cualquiera de sus acciones será condenada con
particular dureza. Así mismo, las equivocaciones de sus miembros se
extrapolarán a toda la comunidad, ¿por qué? Porque en este nivel de
razonamiento exótico "todos los indios son iguales", ya se trate de
sujetos con bellas vestimentas y dioses magníficos o furiosos
seudo-humanos listos a devorar la "civilización". Como ejemplo, hace
poco hablaba con alguien que me contaba de unos indígenas del Cauca que habían
macheteado a un campesino por no entregarles un burro; lo contaba como si esa
historia pudiera definir a todos los indígenas del Cauca, como si no existieran
miles de expedientes de personas de otras razas que han
cometido crímenes iguales o peores.
Esta dinámica de dominación de la que hablo y que consiste en negarle
presente y territorio real a los indígenas, se hizo patente en
el oportunismo con el que los medios de comunicación hablaron de
la presencia guerrillera y el narcotráfico en el Cauca, presentando como
sorpresivos hechos históricos bien conocidos: por ejemplo, que desde hace rato
este país tiene regiones donde la guerrilla es más Estado que el Estado o que
las FARC reclutan indígenas, muchas veces a la fuerza. Pero, ¿cuando estos
medios se tomaron el trabajo de rastrear histórica y territorialmente el
conflicto que estaban cubriendo? Muy pocas veces, para ellos los indígenas no
tienen territorio ni presente en nuestra sociedad, como si estuvieran ahí desde
siempre, de una manera incómoda pero tolerable, mientras no se les ocurra
romper la ilusión de la seguridad. Por eso, cuando los periodistas hablaron con
los indígenas no encontraron otra forma que el interrogatorio: ¿de que otra
forma podían conjurar a esos peligrosos "salvajes"? Usaron de forma
despótica el dominio de la palabra, una
de las formas privilegiadas en que las élites locales han ejercido, desde
la colonia, su pesado poder sobre los no-blancos y las clases populares. Creo
que lo que está detrás de
esa actitud es un miedo inconsciente: el temor que genera saber que sujetos a
los que se piensa sin presente (sin derecho a actuar, a producir
"acontecimientos") y sin territorio (se conciben los resguardos
indígenas como regalos, como tierra prestada por la cual deberían estar
agradecidos), en efecto pueden actuar y defender lo que consideran suyo.
En los medios de comunicación de más amplia difusión parece darse
una reticencia a usar experticias que pudieran aclarar mucho de lo que
acontece en el Cauca (antropología, ciencia política, geografía), y en lugar de
eso se privilegian prejuicios o juicios de experiencia sin mayor sustento: muchas personas solo atinan a decir "indio hijueputa",
como si poner la raza antes del insulto le diera fuerza; o a
narrar historias personales de desencantos con los indígenas (las dos
cosas aparecieron en los comentarios de los foros virtuales de prensa), como si
una experiencia particular pudiera definir una comunidad entera.
Esto ocurre, más que por ignorancia, por el predominio de un
"régimen de visibilidad" que elimina de los indígenas su carácter
histórico y territorial y los condena a ser o "seres de luz" (como
diría una columnista del Espectador) o "salvajes" peligrosos, en todo
caso ubicados en un tiempo mítico, primordial, sin historia y en un espacio
exótico y por ende indefinido (o definido por noticias lejanas acerca de
cultivos de coca, que llevan a que ahora todo el mundo se crea experto en
ubicación de cultivos de uso ilícito). Para transformar esta "forma de
ver" no es necesario viajar al Cauca (sin que no sea importante), ni
publicar fotos de animales salvajes y plantas exóticas (como las que he visto
por estos días en facebook), ni mucho menos aprovechar la coyuntura para vender
chirrinchi caucano (como he visto en otras páginas). Quizá se necesita algo más
simple: leer.
Yo no conozco el Cauca pero he tratado de examinar algunas cosas, por
ejemplo, informes económicos que muestran que los indígenas no son ningunos
terratenientes; o, estudios sobre la vida cotidiana en medio del conflicto
armado que ayudan a comprender que la disyuntiva entre
"infilitración" y "rechazo" a los actores armados nunca es
tan sencilla. Por esa misma razón me parece importante que los académicos
expertos en conflicto armado, bien pertenezcan a universidades (públicas o
privadas) o a institutos independientes, publiquen material sobre el
tema en medios de amplia difusión. Algunos lo han hecho, pero
faltan más voces que hagan contrapeso al amarillismo de nuestros
periodistas, que alcanzó su máxima expresión en la historia del soldado que
lloró cuando los indígenas lo sacaron del Cerro Berlín: las lagrimas de un
soldado son indignantes, pero la muerte de dos indígenas es a duras penas un
daño colateral que en cierta forma ellos se buscaron, al subvertir el orden
establecido. Cuando cuestioné a algunas personas sobre este punto no decían
nada sobre los asesinatos sino que repetían el estribillo: "esa zona está
llena de drogas", "ellos no tenían derecho a sacar al ejercito".
Y bueno, así sea cierto: ¿que tiene que ver una cosa con la otra?, ¿las acciones
que no nos gustan merecen la
muerte? Al parecer el Otro, cuando es exotizado, solo puede producir
dos emociones: el asombro y la repulsión. La primera provoca excursiones
eco-turísticas y un comercio desaforado de manillas, fotos y demás productos
neo-hippies, y la segunda condena a muerte.
En fin, se trata de ser capaces de ubicar histórica y espacialmente un
conflicto, ayudados por los trabajos que académicos serios han realizado. Por
supuesto, la experiencia en campo es invaluable, pero no es fácil para todo el
mundo llegar hasta el Cauca y conocer de fuente directa lo que está sucediendo.
El conocimiento experto puede ser un mediador entre el prejuicio y la
experiencia directa, polos que en términos de debate público terminan siendo
excluyentes con el "otro" o los "otros" ("Ellos son
unos hijueputas salvajes" o "es que yo si conozco allá...").
Pero más allá del conocimiento experto, yo creo que también se necesita de una
actitud ética que puede resumirse en un aforismo que cito libremente:
"estar siempre del lado del oprimido, pero sabiendo que está hecho del
mismo polvo que sus opresores". Es decir, ser capaces de analizar
críticamente el movimiento indígena en el Cauca y otras regiones, teniendo en
cuenta que como cualquier movimiento social comete errores y puede ser
cuestionado, sin que esto implique ponerse de parte de la "unidad del
Estado Nación" (más ficción que otra cosa), del ejercito o de las élites
seudo-españolas que gobiernan ese departamento. Mi apuesta sería por un
desencantamiento del mundo indígena, basado en diálogos entre ciudadanía,
indígenas, gobierno y saberes expertos, mediante los que se pueda romper con el
duro y sofisticado racismo exotizante.
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