martes, 31 de julio de 2012




             ¿PARA QUÉ LAS EXPERTICIAS EN UN CASO COMO EL DEL CAUCA?


Si algo me queda claro con lo acontecido en el Cauca es que es la ubicación geográfico-temporal arbitraria es una de las formas más sofisticadas de dominación que existen: consiste en relegar a ciertos actores sociales, como los indígenas, a un tiempo primitivo y un espacio exótico, recondito, casi mágico, denominado genéricamente la "selva". Para las élites de nuestro país, pero también para muchos ciudadanos de a pie, los indígenas lucen muy bien en un Museo Antropológico o en una excursión eco-turística, pero no recuperando haciendas, tomándose la panamericana o sacando a los actores armados de su territorio; el racismo no se manifiesta únicamente a través de comentarios criminales como los que aparecieron en los foros de opinión de los periódicos, en los cuales se pedía bombardear los resguardos en el Norte del Cauca, sino en aquella actitud que exotiza al "otro", convirtiendolo en un objeto "sagrado" que no pertenece ni a nuestro tiempo ni a nuestro espacio, sino que es presentado como poseedor de una conexión primordial con la madre-tierra o el cosmos, desconociendo que más que eso son actores sociales con luchas políticas concretas.

Por supuesto, los nuevos hippies no son los únicos ni los más peligrosos racistas; para la mayoría de ciudadadanos los indígenas tampoco pertenecen a nuestro tiempo o espacio, pues consideran que están muy bien en sus resguardos, en su "lugar", donde "les corresponde", pero si llegan a actuar, a irrumpir en sus tranquilos mundos (así sea a través de la televisión), entonces llega a la memoria, como en una reminiscencia colectiva, el viejo dualismo "salvaje-civilizado" y salen los indignados a decir "los indígenas no van a hacer lo que se les de la gana" o "a esos hijueputas salvajes hay que controlarlos". Más allá de todos los insultos, el término "salvaje" es especialmente perverso, pues legitima esa separación espacio temporal de la que hablaba; la "selva" deja de ser ese lugar mágico y primordial y se transforma en el origen de seres peligrosos que nos amenazan. Si alguien es "salvaje" su forma de actuar, sus prácticas y sobre todo sus aspiraciones éticas aparecen como inexistentes (son producto de intereses como el narcotráfico) o degeneradas (quieren ser una república independiente), y cualquiera de sus acciones será condenada con particular dureza. Así mismo, las equivocaciones de sus miembros se extrapolarán a toda la comunidad, ¿por qué? Porque en este nivel de razonamiento exótico "todos los indios son iguales", ya se trate de sujetos con bellas vestimentas y dioses magníficos o furiosos seudo-humanos listos a devorar la "civilización". Como ejemplo, hace poco hablaba con alguien que me contaba de unos indígenas del Cauca que habían macheteado a un campesino por no entregarles un burro; lo contaba como si esa historia pudiera definir a todos los indígenas del Cauca, como si no existieran miles de expedientes de personas de otras razas que han cometido crímenes iguales o peores.

Esta dinámica de dominación de la que hablo y que consiste en negarle presente y territorio real a los indígenas, se hizo patente en el oportunismo con el que los medios de comunicación hablaron de la presencia guerrillera y el narcotráfico en el Cauca, presentando como sorpresivos hechos históricos bien conocidos: por ejemplo, que desde hace rato este país tiene regiones donde la guerrilla es más Estado que el Estado o que las FARC reclutan indígenas, muchas veces a la fuerza. Pero, ¿cuando estos medios se tomaron el trabajo de rastrear histórica y territorialmente el conflicto que estaban cubriendo? Muy pocas veces, para ellos los indígenas no tienen territorio ni presente en nuestra sociedad, como si estuvieran ahí desde siempre, de una manera incómoda pero tolerable, mientras no se les ocurra romper la ilusión de la seguridad. Por eso, cuando los periodistas hablaron con los indígenas no encontraron otra forma que el interrogatorio: ¿de que otra forma podían conjurar a esos peligrosos "salvajes"? Usaron de forma despótica el dominio de la palabra, una de las formas privilegiadas en que las élites locales han ejercido, desde la colonia, su pesado poder sobre los no-blancos y las clases populares. Creo que lo que está detrás de esa actitud es un miedo inconsciente: el temor que genera saber que sujetos a los que se piensa sin presente (sin derecho a actuar, a producir "acontecimientos") y sin territorio (se conciben los resguardos indígenas como regalos, como tierra prestada por la cual deberían estar agradecidos), en efecto pueden actuar y defender lo que consideran suyo.

En los medios de comunicación de más amplia difusión parece darse una reticencia a usar experticias que pudieran aclarar mucho de lo que acontece en el Cauca (antropología, ciencia política, geografía), y en lugar de eso se privilegian prejuicios o juicios de experiencia sin mayor sustento: muchas personas solo atinan a decir "indio hijueputa", como si poner la raza antes del insulto le diera fuerza; o a narrar historias personales de desencantos con los indígenas (las dos cosas aparecieron en los comentarios de los foros virtuales de prensa), como si una experiencia particular pudiera definir una comunidad entera.

Esto ocurre, más que por ignorancia, por el predominio de un "régimen de visibilidad" que elimina de los indígenas su carácter histórico y territorial y los condena a ser o "seres de luz" (como diría una columnista del Espectador) o "salvajes" peligrosos, en todo caso ubicados en un tiempo mítico, primordial, sin historia y en un espacio exótico y por ende indefinido (o definido por noticias lejanas acerca de cultivos de coca, que llevan a que ahora todo el mundo se crea experto en ubicación de cultivos de uso ilícito). Para transformar esta "forma de ver" no es necesario viajar al Cauca (sin que no sea importante), ni publicar fotos de animales salvajes y plantas exóticas (como las que he visto por estos días en facebook), ni mucho menos aprovechar la coyuntura para vender chirrinchi caucano (como he visto en otras páginas). Quizá se necesita algo más simple: leer.

Yo no conozco el Cauca pero he tratado de examinar algunas cosas, por ejemplo, informes económicos que muestran que los indígenas no son ningunos terratenientes; o, estudios sobre la vida cotidiana en medio del conflicto armado que ayudan a comprender que la disyuntiva entre "infilitración" y "rechazo" a los actores armados nunca es tan sencilla. Por esa misma razón me parece importante que los académicos expertos en conflicto armado, bien pertenezcan a universidades (públicas o privadas) o a institutos independientes, publiquen material sobre el tema en medios de amplia difusión. Algunos lo han hecho, pero faltan más voces que hagan contrapeso al amarillismo de nuestros periodistas, que alcanzó su máxima expresión en la historia del soldado que lloró cuando los indígenas lo sacaron del Cerro Berlín: las lagrimas de un soldado son indignantes, pero la muerte de dos indígenas es a duras penas un daño colateral que en cierta forma ellos se buscaron, al subvertir el orden establecido. Cuando cuestioné a algunas personas sobre este punto no decían nada sobre los asesinatos sino que repetían el estribillo: "esa zona está llena de drogas", "ellos no tenían derecho a sacar al ejercito". Y bueno, así sea cierto: ¿que tiene que ver una cosa con la otra?, ¿las acciones que no nos gustan merecen la muerte? Al parecer el  Otro, cuando es exotizado, solo puede producir dos emociones: el asombro y la repulsión. La primera provoca excursiones eco-turísticas y un comercio desaforado de manillas, fotos y demás productos neo-hippies, y la segunda condena a muerte.

En fin, se trata de ser capaces de ubicar histórica y espacialmente un conflicto, ayudados por los trabajos que académicos serios han realizado. Por supuesto, la experiencia en campo es invaluable, pero no es fácil para todo el mundo llegar hasta el Cauca y conocer de fuente directa lo que está sucediendo. El conocimiento experto puede ser un mediador entre el prejuicio y la experiencia directa, polos que en términos de debate público terminan siendo excluyentes con el "otro" o los "otros" ("Ellos son unos hijueputas salvajes" o "es que yo si conozco allá..."). Pero más allá del conocimiento experto, yo creo que también se necesita de una actitud ética que puede resumirse en un aforismo que cito libremente: "estar siempre del lado del oprimido, pero sabiendo que está hecho del mismo polvo que sus opresores". Es decir, ser capaces de analizar críticamente el movimiento indígena en el Cauca y otras regiones, teniendo en cuenta que como cualquier movimiento social comete errores y puede ser cuestionado, sin que esto implique ponerse de parte de la "unidad del Estado Nación" (más ficción que otra cosa), del ejercito o de las élites seudo-españolas que gobiernan ese departamento. Mi apuesta sería por un desencantamiento del mundo indígena, basado en diálogos entre ciudadanía, indígenas, gobierno y saberes expertos, mediante los que se pueda romper con el duro y sofisticado racismo exotizante.


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