domingo, 31 de marzo de 2013



LAS CIENCIAS SOCIALES Y LOS TRES CAÍNES. UNA REFLEXIÓN SOBRE LA IDEA DE “PÚBLICO DEFICITARIO”

Un tema al parecer alejado de la relación entre ciencia y participación social, pero en el fondo bastante cercano. Las críticas reiteradas y las peticiones insistentes para sacar del aire los "Tres Caínes" pasan por un tema relevante desde esta perspectiva: la forma en que desde la academia -concretamente los departamentos de Ciencias Sociales- se concibe al público y sus capacidades de recepción de información. Antes, una convicción personal: en materia de censura, o se defiende la libertad de expresión para todos los actores sociales o debe aceptarse que también se comparten las afinidades del "censor", solamente que de forma selectiva (me pregunto si aquellos que piden que la serie salga del aire no son parte del mismo sector social y cultural que estaba furioso porque el procurador quería censurar aquellas fotos "blasfemas" de la revista SoHo).

Ahora sí. El público. El público vilipendiado y subestimado por toda clase de expertos, considerado carente de bases para interpretar lo que ve o como dice un amigo mío, como "un receptáculo vacío para llenar de conocimiento". Esta visión no es exclusiva de aquellos intelectuales que se rasgan las vestiduras cada vez que se emite una narconovela, sino que es parte de la forma en que se ha construido la ciencia en el occidente moderno. Los científicos tienden a pensar que la construcción de la ciencia y su divulgación/popularización/apropiación son procesos radicalmente distintos, que el primero es básicamente inequívoco y libre de influencias sociales, políticas y económicas, y que por ende si hay problemas en el segundo, estos ocurren básicamente por ignorancia y miedo del público frente a verdades que sacudirían su identidad, o debido a que el conocimiento no está siendo comunicado “correctamente”. Sea cual sea el caso se realizan interminables cursos, capacitaciones e intervenciones públicas para explicar a las personas la versión “correcta” de la realidad –aquella que no hiere la sensibilidad de los científicos- y hacer así que adopten determinados valores morales. Para quién crea que esto solo ocurre en esos álgidos debates sobre darwinismo en Estados Unidos –en donde se espera convertir en científicos laicos a protestantes del partido republicano- que revise las dos alcaldías de Mockus o las críticas a las narconovelas.

Todo esto para decir que el rechazo que Los Tres Caínes genera entre los científicos sociales del país –buena parte de ellos- tiene que ver con el convencimiento de que el público, en materia de conflicto armado e historia colombiana, es básicamente “deficitario” (en el campo de Estudios Sociales de la Ciencia así se denominan las concepciones que desestiman la agencia del público al relacionarse con la ciencia).

Sobre esta desconfianza en el público televisivo, concretamente en el caso de esta serie, tengo algunas hipótesis: primera, las ciencias sociales son herederas de una concepción elitista de la cultura y así DeCertau, Martín Barbero y Canclini, para mencionar algunos, hayan contribuido a quebrantarla y ahora sea común, en los trabajos de sociología cultural, rescatar las resistencias de la cultura popular y hacer énfasis en los “usos” de los productos de la cultura de masas, en el fondo dicha noción elitistas es parte de un habitus académico bastante arraigado, que aflora especialmente en temas polémicos –mírese la actitud de los intelectuales frente a los corridos prohibidos; segunda, en Colombia la explicación sobre el origen y desarrollo del conflicto armado y las responsabilidades de sus actores son altamente controversiales, por lo que algunos científicos sociales se sienten amenazados cuando una serie televisiva –un producto cultural que consideran inferior- promueve una versión (los paramilitares como simples autodefensas campesinas para hacer frente a la guerrilla, que luego se desviaron de su propósito inicial) que impugna la propia (los paramilitares como grupos que desde sus inicios estaban ligados al impulso del narcotráfico y no tenían fines altruistas), pues se teme que la primera termine imponiéndose[1]; tercera y última, que esta multiplicidad de versiones no es simplemente retórica, sino que está encarnada en años de violencia que han polarizado al país, pero no solamente a sus intelectuales y políticos, sino a la ciudadanía en general[2], lo que hace que no se trate simplemente de un tema cognoscitivo sino también moral y emocional, que por ende no puede zanjarse con la afirmación tajante de una supuesta ignorancia que llevaría a la recepción acrítica de contenidos.

En este caso como en otros se sobreestima el efecto de la TV en el público, desestimando por eso mismo sus saberes y vivencias, tal como lo hacen otros científicos en temas como el aborto, la eutanasia, el uso de transgénicos o la enseñanza de la evolución. Muchas personas defienden, más o menos soterradamente y a pesar de sus atroces crímenes, a los paramilitares, no porque RCN haga una serie sobre ellos, sino porque de acuerdo a su conocimiento –que bien puede provenir de los medios, de la historia oral, de sus propias experiencias- y su propia relación con el conflicto armado las acciones de estos tienen justificación. Si para las clases populares Pablo Escobar o los Castaño son heroicos no es porque lo digan en TV, sino porque en este país, donde la movilidad social es una idea fantasiosa, personas que al margen de la ley – Ley que representa a un Estado del que se desconfía y al que se teme- logran ascender socialmente y adquirir poder político –manipular y/o someter a ese Estado temido y poco confiable- se convierten en arquetipos, pero no por una Todopoderosa y malévola influencia mediática; al contrario, tanto esas historias televisivas como los narcorridos tienen poder cultural porque existen elementos previos que permiten una recepción y apropiación favorable de sus contenidos.  

Tanto en las ciencias “duras” como en las “blandas” es necesario superar las concepciones deficitarias del público, pues por lo general estas implican atropellos –bien se trate de los médicos que quieren vacunar a la fuerza a comunidades indígenas o los ingenieros y economistas que no entienden las razones de los campesinos para no usar semillas transgénicas. Este no es propiamente el caso, se me dirá, pues el actor social es poderoso (un canal multimillonario), y sí, es cierto, pero lo que se desconocería de clausurar la serie es una versión sobre la historia del conflicto armado que, gústenos o no, comparte una parte considerable de la población colombiana, muchos de ellos campesinos o descendientes de campesinos que han sido víctimas del otro lado, de las diferentes guerrillas que ha tenido Colombia.

Que la serie es mala, sí, como todo lo que hace RCN, pero creo que la forma más imaginativa de hacerle contrapeso no es por medio de la censura. Con la violencia en televisión, especialmente en casos tan complejos como los del conflicto armado, puede ser útil el ejemplo de la pornografía: muchas feministas han descubierto que es mejor contraponer otras imágenes, otro tipo de representaciones eróticas, a esas consideradas patriarcales y ofensivas, que tratar de silenciarlas legalmente -en este caso se acude a la idea de responsabilidad empresarial. Más que reclamos airados lo que debe suscitar esta serie y su recepción en el público es un ánimo de investigación; un campo fértil para analizar las potencialidades y dificultades de este proceso de paz y los que vengan, pero no solamente eso, sino para analizar la forma en que las ciencias sociales conciben a los “públicos” y desarrollar formas alternativas de debatir asuntos tan complejos, de crear espacios públicos de debate e intercambio de saberes y experiencias sobre estos temas. Una labor para las ciencias sociales en Colombia, especialmente para quienes nos interesamos en la sociología de la ciencia.




[1] A esto se suma la representación negativa que la serie hace de las ciencias sociales o por lo menos de algunos de sus miembros, como cómplices de la guerrilla.
[2] Son entendibles los reparos a la forma en que la serie representa la academia, teniendo en cuenta que muchos científicos sociales de izquierda han sido asesinados por paramilitares o por el Estado y son frecuentemente señalados de “terroristas”, es decir, de no pertenecer a la élite neutral de la ciencia sino de ser victimarios en el conflicto del que han sido víctimas.